“La vida es muy bella cuando a uno se la cuentan o cuando la lee en los libros; pero tiene un inconveniente: hay que vivirla”. Jean Anouilh
- ¿A qué le temes más; a la espada o a la pluma?
Le preguntó un tipo al ver que ella sostenía un libro nuevo entre sus manos; con la mirada clavada en sus páginas y las piernas entre temblando e impacientes. Ella volteó sorprendida, pero levantó apenas los ojos del libro, lo miró de forma indiferente y volvió a su lectura.
“Otro idiota que quiere llamar mi atención fingiendo interés en mis intereses”, pensó, y recordó a todos los tipos que la habían intentado abordar cuando ella se encontraba leyendo. Si lo ignoraba se iría como los demás. Odiaba realmente a esos patanes que pensaban que, por andar sólo en compañía de un libro, ella necesitaba la presencia de un hombre. Ella no era únicamente ella, la nombraban Camila; y Camila se llamaba a sí misma, Camila de las letras. Tenía trece años, aún que aparentaba más físicamente y más con esa mirada triste y sola, y aún más al hablar y al pensar correctamente… y, sobre todo al estar detrás de un libro. Eso ponía un aura de sabiduría en torno a ella, un aire místico; era dueña y señora viendo el mundo que la rodeaba a través de las letras.
Siguió cavilando un poco sobre el idiota ese y los demás patanes, hasta que su mente empezó a manifestar en su imaginación aquella historia que sus ojos seguían involuntariamente. Pero la fuerza de la mirada que la observaba la regresó al mundo de los muertos; donde las ideas mueren bajo los actos que jamás lograría comprender. Y… ahí seguía parado el mequetrefe ese, con su estúpida sonrisa incierta, pero plácida, aún esperando la respuesta que “Camila de las letras” no pensaba molestarse en responder. Únicamente se limitó a dedicarle una mirada de absoluto desprecio; pocos se habían quedado a su lado después de la indiferencia, pero ninguno había resistido su mirada profunda, capaz de mover montañas o congelar los mares. “Camila de las letras” otra vez lo conseguía, el tipo dio media vuelta y empezó a avanzar. Ella volvió a la única cosa que era dueña de su pasión, los libros, y en ese momento… aquél libro que sostenía en sus manos de lino. Seguía con su record perfecto, y sonrió un poco, llena de satisfacción, sin que él lo notara, a sus espaldas. Por fin podría poner toda su alma en la lectura.
Él detuvo su andar, y todavía dándole la espalda a la niña, cerrando los ojos y apretando los puños fuertemente, dijo: “Sólo quería saber si sería de tu agrado el libro. Eres, por mucho, mi lectora más pequeña y no supe cómo preguntarte si el libro te estaba gustando”. No dijo más y dio otros tres pasos. Una mano de tacto sutil, fría y tersa, delgada pero firme, lo detuvo por el hombro. “Camila de las letras” siempre había querido conocer, de cerca y de viva fuente, el cerebro de una de las personas que podían imaginar todo eso que a ella le gustaba leer. No iba a dejar pasar la oportunidad de hacerlo.
- ¡Perdona! No sabía que tú eras Sergio Luna; pensé que eras otro idiota de esos que creen que las mujeres leemos sólo porque no tenemos nada mejor que hacer, y que anhelamos un hombre para pasar el tiempo de otra manera. Es como si creyeran que sufro el complejo de Rapunzel, ven a los libros como una torre, y el hecho de estar leyendo, como una larga y dorada trenza.
El escritor se llamaba Sergio y se nombraba a sí mismo de mil maneras. Y él… no había volteado para ver la cara de su lectora, pero no pudo menos que caer hechizado por la voz dulce y acelerada de ella. No supo cómo reaccionar, así que intentó seguir andando, grabando en su cerebro el dulce eco de la voz recién nacida en su mundo.
- Me asustan las espadas. De las plumas no hay nada que temer y sí mucho que aprender.
Sergio por fin volteó. Una nueva sonrisa le había cubierto el rostro, ya no era incierta, ni plácida; ahora era claramente pícara.
- El daño de una espada puede ser grande, una cortada, perder un miembro… y puede llevarte hasta la muerte fácilmente de forma dolorosa. Pero una pluma, una pluma puede matarte desde adentro, dejarte incompleta el alma, crearte sueños y fantasías. Y luego… sumirte en la más grande desilusión y desesperanza. Las palabras son más peligrosas que las balas.
Camila rió un poco. No esperaba que él tuviera esa voz extraña y ese tono infantil en sus palabras. De hecho, ella pensaba que Sergio era más viejo de lo que estaba viendo. El joven frente a ella tenía nada que ver con el Sergio que había imaginado. El de su mente, hasta ese momento, había sido de aspecto solemne, mirada ensombrecida, de andar perturbador, de edad y madurez interesantes; algo así como un sepulturero con clase y doctor en psicología. Pero, frente a ella se encontraba alguien muy distinto; no tan viejo para ser su padre ni tan joven para ser su hermano, de cara bonachona y sonrisa encantadoramente insegura y cambiante. Pocas veces Camila había preferido las cosas que le presentaba el mundo de los muertos, pero esta era una de ellas.
Camila acomodó su cabello corto y negro. Ajustó la ropa a su silueta y continuó hablando con el escritor. Era un momento dichoso. Caminaron juntos un rato, mientras ella alababa su talento y sensibilidad, y acusaba un poco su perversidad artística. Él sólo la escuchaba y asentía de vez en cuando; la veía tiernamente a los ojos y solía hacer un comentario poco coherente.
Las calles se sucedían una tras otra; las tiendas con sus estantes. Todo el mundo en ese momento no era más que una enorme escenografía. Caminaban lado a lado, a medio metro de distancia. Una locura de niña inocente, un impulso de juventud; tímidamente ella acercó su mano a la de él. Por varios minutos hizo intentos y no reunía el valor para completar su atrevimiento; el mundo dejó de ser real en ese momento, dejó de andar, de dar vueltas. Lo único tangible era la mano que quería tocar desesperadamente. Un poco más de valor y las yemas de los dedos se tocaron un instante.
Sergio dio un brinco hasta su apellido; la cabeza en la luna y dos metros más allá de donde había estado. La niña agachó la cabeza y la soledad invadió su mirada, la pena, la angustia y otro manojo de sensibilidades acariciaron su cara. Él no quería causarle eso, fue un acto reflejo; no estaba acostumbrado a sentir, de la nada, una mano tratando de coger la suya. Lo sintió como una invasión más que una caricia, pero no fue su intención, así reaccionó su cuerpo.
- Lo siento. Esa secuela me quedó de una relación asfixiante. Me quedé acostumbrado a huir, pero no a terminar las cosas.
Camila no dijo nada, pero sus piernas la traicionaron. No respondieron a sus órdenes; pues quería caminar velozmente y perder de vista su vergüenza y olvidar para siempre que tuvo el valor de hacer algo; quería olvidar para siempre la cara nueva de él y quedarse con la que había imaginado. Pero no pudo moverse.
Sergio comprendió, en una parte, la situación que acababa de desencadenar. Se acercó a ella y con una de sus manos apretó su suave hombro izquierdo. Luego, tomó su mano repentinamente. Ella volvió a sonreír. No sé qué miradas descubrieron la una en el otro y viceversa, pero después de uno segundos rieron afanosamente y sus manos no se soltaron hasta que tuvieron que separarse. Ella reía de la cara de susto de Sergio, y él de nervios y gozo, por no saber qué sentía exactamente.
Retomaron su andar; de vuelta a las calles que sólo eran un enorme teatro. Lo real corría y se les transmitía por las palmas de una sola mano. Los rostros sin caras pasaban cerca y lejos de ellos, pero no existía en ellos más que una plática y dos manos juntas, nada más importaba; doblaban en casi las mismas esquinas, recorrieron los mismos puntos una y otra vez, pero cada momento era especial… de hecho, todo el tiempo que pasaron juntos fue un mismo momento, eterno.
- ¿De dónde te inspiras para escribir todo lo que escribes?
- De la necedad, de la ilusión, de los anhelos, de la imaginación, de la idealización. De unos ojos, de una boca… del pie que sigue al otro en una caminata; de la luz del sol que se refleja en la luna. De lo que he vivido y de lo que quisiera vivir. Creo que mi extraña literatura nace en esa delgada línea que separa mi experiencia de mis sueños.
A lo lejos, alguien gritaba su nombre: “Camila, Camila, Camila”. La niña comprendió que había llegado el momento de separarse de Sergio; y él también lo supo al instante. Todos los “adioses” nacen de nuestra boca, hasta con una simple mueca; pero hay unos que bajan por la traquea y el esófago de manera destructiva, arañan nuestras paredes internas, golpean el corazón y forman un hoyo terrible en el estomago… y el dolor causado empuja las lágrimas fuera de nuestros ojos. Pues bien, Camila y Sergio experimentaron ese dolor, casi como si vivieran en el mismo cuerpo, una conexión había surgido entre ellos. Pero ninguno lloró; ambos maquillaron el llanto, pero de diferente forma. Ella sonrió y desvió la mirada a cualquier sitio. Él hizo un puchero exagerado para ocultar el real. Tan fuerte era lo conexión, que ella presintió lo que estaba a punto de pasar, a pesar que en la mente de él aun no cruzaba la idea.
- ¿Cuándo volveré a verte? Yo voy a leer al mismo sitio todos los días a partir de las tres de la tarde. Vivo en la casa que está…
No pudo señalar ni continuar hablando. Sergio la había hecho callar poniendo, tiernamente, un dedo sobre su boca. Le dio un abrazo rápido y fuerte. Luego, clavando de nuevo su mirada en sus ojos, dijo:
- Nunca. Es mejor así.
- Pero… es que… me gustaría verte de nuevo. Te amo. Me enamoré de ti.
- ¡No! Te enamoraste de mis palabras. Te dije que eran más peligrosas que las balas…
- No soy tan inmadura o tonta como crees. Amo tu torpeza, tu inseguridad, tu andar extraño, tus incoherencias…
Ella y el mundo guardaron silencio. El mundo contuvo el aliento por respeto o por un suspiro que llenó el vació de todos los pechos. Los pájaros callaron, el viento enmudeció, las plantas no quisieron crujir sus ramas al moverse.
- No dije eso y jamás lo creeré. Pero soy escritor y hoy me levanté como me conociste. Mañana seré un personaje más de todos los que escribo. Soy escritor, me enrolo en relaciones de angustia. Me lleno de esperanza para que cuando llegue el momento de la desesperanza, pueda escribir historias esperanzadoras; me parcho el corazón con historias perecederas para escribir sobre el amor eterno; me pongo triste para escribir sobre la búsqueda de la felicidad. Soy escritor y ese es mi trabajo, buscar personas y cosas que me dejen hueco, para llenarme de letras el alma.
Camila ya no escuchaba las palabras, pero sí la soledad que el aura de Sergio vociferaba de forma apagada. Cerró los ojos y entre abrió la boca, esperando un beso; un beso que apagará un fuego congelante que se le había encendido en las entrañas. Sergio puso sus manos a ambos lados de la cara de Camila. Ella sintió su rostro acercarse, y un tibio vapor, seguido de un roce duradero y la estampa de unos labios le marcó la frente.
- Yo también te amo, niña. Y por eso nunca más debo verte. Estoy acostumbrado a la felicidad intermitente. A encontrar o que me encuentren gusanos en el corazón. Hoy me marcho con tu latir en el pecho y me voy para siempre porque quiero que me seas eterna. Podría soportar la desilusión de cualquier persona o decepcionar a quien sea; menos a ti. Me eres perfecta y te soy perfecto; quiero que así sea para siempre. Cuando tenga un mal sabor en la garganta y el olor del mundo me parezca insano, volveré a este día y me purificarás y purgarás las veces que sean necesarias. Puedo vivir en medio del caos, conviviendo a diario con la tristeza, a eso me he acostumbrado. Pero no me pidas que te deje entrar a mi pasado con un recuerdo malo. Quédate así para siempre, perfecta, amándome. Nadie que me conoce lo ha hecho para siempre, o he sido yo quién ha dejado de amar. No me pidas soportar la vida sin lo que hoy me llevo puesto en el pecho… No siempre soy lo que hoy ves, pues estoy hecho de palabras.
Sergio dio media vuelta y se fue. Camila acudió a la fuente de los gritos que pronunciaban su nombre.
- ¿Dónde andabas chamaca?
- Leyendo, mamá. Leyendo la historia más bonita y triste de mi vida.
- Por eso te estaba buscando. Te compré un libro nuevo…
- Gracias, pero léelo tú y me lo cuentas. Creo que ya me cansé de leer. ¿Me dejas ir a casa de Alejandra? Hace mucho que me está invitando a oír música y probarnos ropa…
- ¡Ay! Hija… ¿estás bien?
- Sí, mamá. Sólo quiero hacer cosas nuevas. A partir de mañana cambio de rutina, ya me cansaron los libros.
- ¡Jajajaja! Y… ¿por qué aún llevas ese libro entre tus manos?
- Para no olvidar ciertas cosas, mamá. Para no olvidar ciertas cosas.