viernes, 18 de noviembre de 2011

Dulce mujer que camina a la orilla de la chimenea...

Religión recién revivida,

Creencia antiquísima,

Una fe milenaria que regresa.

Se dice que el universo

Te da todo cuanto pides;

No hay anhelos que las estrellas,

El sol brillante y todo el cosmos,

No concedan a quienes

Desean ardientemente.

Y yo incrédulo, banal,

Agnóstico, trivial, desconfiado…

Me negaba a pensarlo cierto,

Pero descubrí  tus ojos.

Mi alma se impregnó de nuevo

De la certeza de un Dios.

Y la fe me volvió al cuerpo

Cuando vi tus labios,

De materia de pasión y sueño.

Cada parte de mi ser

Tiene ánima propia

Que no creía tener.

Estas manos mías apasionadas

Por prenderse a tu desnudez,

Por tocar tu cadera

Que mis ojos ya acarician;

Tus muslos, tus senos, tu boca…

Son febriles tentaciones a mis labios,

Que quieren tener más que tu nombre

Entre sus suspiros y desvelos.

Mis ojos sólo quieren alimentarse

De la maravilla de tu piel desnuda;

Y morir por el embrujo

De tus ojos de azúcar derretida.

Quiero tu humedad y tu sed,

Tu carne y tu hambre.

Todo yo quiero ser parte

Y fundirme en tu ser.

Quiero quemarme en el fuego,

Ardiente y eterno,

De tu entrepierna.

Quiero tus olores, tus sabores,

Quiero ser todo tuyo;

Quiero ser parte de tu piel y tu miel,

De tu anatomía y tu vida,

De toda tu esencia…

Espera… ya lo soy…

Aunque tú no te des cuenta.

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